EDITORIAL

A veces, para poder seguir, hay que parar

El incesante ruido del tráfico, el trajín de gente por las calles de cada ciudad, el sonido de las sirenas, los “llegamos tarde”, las extraescolares, los menús, las clases de inglés, las fechas de entrega, las tareas acumuladas en una pila de papeles, o en la bandeja de entrada del correo, o en la agenda del teléfono… Parece que hoy en día debemos llegar a todo para ser válidos, como superhombres o supermujeres, siguiendo el ritmo que nos marca una sociedad que camina con demasiada prisa por la vida. 

Pero como dijo John Lennon: “la vida es eso que pasa mientras estamos haciendo otros planes”; como si el tiempo fuera infinito, como si pudiéramos recuperarlo o fuera a regresar. Y entonces, nos olvidamos de la importancia de los pequeños momentos: de disfrutar del silencio mientras leemos un buen libro, de abrazar a esa persona unos segundos más (que mañana quién sabe…), de salir a respirar en medio de un bosque, de escuchar una canción sentado frente al mar, de quedarnos cinco minutos más tomando algo con los amigos (que no pasa nada si posponemos un día más lo de poner la lavadora).  

Porque, a veces, para poder seguir, hay que parar. Y de esto nos olvidamos más de la cuenta últimamente. Porque, a veces, dejamos que nuestro hogar se vacíe de lo importante y se llene, a cambio, de vacíos. Porque, a veces, necesitamos que alguien nos ayude a poner en orden nuestras prioridades y a retomar un camino que sea saludable.