EDITORIAL
El niño que todos tenemos dentro
Cuando alguien pronuncia la palabra ‘infancia’ nos suele evocar, por ejemplo, la imagen de un niño que corre por el parque junto a sus amigos al salir del colegio, que sonríe feliz —con una de esas sonrisas que llegan a los ojos y los hacen brillar—, que imagina que es un astronauta que viaja hasta la luna mientras su mano pasea por el aire el cohete que le trajeron los Reyes Magos. Lo que no nos viene por defecto a la mente —quizá porque, en el fondo, nos gustaría que fuera algo imposible—es la imagen de un niño frágil que sufre por una enfermedad que no entiende de edades.
Sin embargo, cada año, en torno a 400.000 niños y niñas de todo el mundo —y sus familias— recibirán el diagnóstico de cáncer pediátrico. Y aunque el 80% de ellos, aproximadamente, volverá a convertirse en esa imagen de infancia feliz, todavía queda mucho camino por delante. Por eso, no debemos cejar en nuestro empeño por seguir investigando y buscando nuevas formas de curar “más y mejor”. Esos locos bajitos, como decía Serrat en su canción, merecen que no nos rindamos.
Así que dejémonos llevar por el niño que todos tenemos dentro, por la ilusión y la inocencia que, en muchas ocasiones, hacen más llevadera una realidad que cuesta aceptar. Y aunemos fuerzas, porque esta carrera de fondo contra el cáncer infantil solo la ganaremos si remamos juntos. Hospitales, centros de investigación, asociaciones, voluntarios, colaboradores y una sociedad concienciada; todos unidos por una causa que, sin duda, merece la pena: una infancia sana y feliz.