EDITORIAL
Alimentarse es todo un mediterráneo
Comer es tan indispensable como dormir, es garantía de salud y bienestar. Pero la alimentación, como concepto, va más allá de lo puramente fisiológico; tiene un carácter cultural. Piensa, por ejemplo, en la comida familiar de los domingos, una cena de Nochebuena o un simple recorrido por el mercado de nuestra localidad en busca de los ingredientes necesarios para preparar una nueva receta.
Es evidente que comer nos sirve como herramienta para estar bien nutridos y tener energía, pero la dieta mediterránea va un paso más allá. Es un modo de relacionarnos con nuestro entorno, de conectar con nuestras raíces, de expresarnos y de celebrar. Y es precisamente esto lo que la condujo a ser reconocida por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial.
Está científicamente demostrado que los alimentos más comunes de la dieta mediterránea ayudan a prevenir patologías cardiovasculares e, incluso, a mejorar los síntomas de la depresión. Comer bien y moverse con sentido no es solo una recomendación médica, es un arte que vale la pena dominar. Pero no solo eso, porque, al fin y al cabo, la dieta mediterránea tiene la capacidad de forjar una identidad única y común entre pueblos esencialmente diferentes.
Cuidar aquello que nos hace únicos y que, además, nos proporciona bienestar, debe ser un compromiso de todos. Entender la salud no como un destino, sino como un camino que recorremos con cada elección diaria, de la mano de los demás, nos ayudará a disfrutar del proceso. Porque comer va más allá de alimentarse y, eso, es un privilegio que debemos valorar. Vivir es todo un mediterráneo.