EDITORIAL
Recomponer lo vivido
Una obra de arte dañada no pierde su valor intrínseco. Puede que el paso del tiempo, un accidente o una “herida” la hayan marcado, pero sigue siendo única. Y ahí es donde entra en juego el papel del restaurador: alguien que no impone, sino que escucha, observa, comprende lo que fue y lo que aún puede ser. Alguien que le devuelve el sentido sin borrar su historia o su esencia.
Algo parecido sucede con la Cirugía Plástica, Estética y Reparadora. Lejos de clichés, esta disciplina es también una forma de arte: precisa, técnica, pero profundamente humana. No se trata solo de transformar, sino de recomponer. De ayudar a que una persona recupere su reflejo, su gesto, su confianza. A veces, tras una enfermedad. Otras, tras un trauma. Pero siempre con respeto.
En las manos del cirujano se mezclan ciencia y sensibilidad, bisturí y empatía. Porque no todo lo que cura se ve. Y porque sanar también puede significar poder mirarse al espejo —o al alma— sin desvíos ni dolor.
Como restauradores silenciosos, los profesionales de esta especialidad devuelven la armonía a cuerpos que han librado batallas, ya sean físicas o mentales. Y lo hacen sin borrar el pasado, integrándolo en una nueva forma de belleza: esa que no es perfección, sino aceptación.
Al fin y al cabo, reparar no es volver atrás buscando un pasado que ya no existe en nuestro presente; ni tratar de construir un futuro que se deshaga de la esencia inicial. Es seguir adelante, con lo vivido ya transformado en otra forma de luz