Hospital humanizado

La ciencia de cuidar con otra ‘medicina’


Quienes limpian habitaciones, preparan la comida o lavan sábanas y uniformes desempeñan una labor esencial, silenciosa y profundamente humana. El Servicio de Hospitalidad de la Clínica trabaja a diario para que cada detalle, por pequeño que parezca, contribuya al bienestar del paciente

Imagen de la cocina de la sede madrileña de la Clínica Universidad de Navarra.
Las cocinas de la Clínica, entre Pamplona y Madrid, sirven a diario en torno a 270 comidas.

Texto: Patricia Ruiz

Fotografía: Villar López y José Juan Rico

2 de octubre de 2025

Un niño ingresa en el hospital. El diagnóstico es firme: padece cáncer. Lleva una camiseta estampada, unos calcetines desparejos y una mirada tan seria que desarma. No llora. No pregunta. Solo observa con esos ojos enormes que parecen memorizarlo todo: los tubos, los silencios, los pasos apresurados, las cortinas que nunca terminan de cerrarse por completo… Las escenas que transcurren, una tras otra, no son nuevas para él. De hecho, las conoce tan bien que podría aventurarse a adivinar cuál será el siguiente gesto de la enfermera, el tono en el que el médico recitará el familiar “¿qué tal te encuentras hoy?” o el chirrido de los carritos que se deslizan por los pasillos a diario. Tiene hambre. Se acerca la hora de la merienda. Recuerda bien la última vez que estuvo ingresado en este mismo lugar, hace ya algo de tiempo. En la bandeja, alguien había colocado un trocito de chistorra. Con un hilo de voz, comparte su recuerdo con la enfermera. Ella asiente con una sonrisa pequeña, de las que se guardan en el bolsillo. No promete nada, pero en cuanto sale de la habitación, da aviso. El mensaje baja por los pasillos y llega a oídos del equipo del Servicio de Hospitalidad de la Clínica. Entonces, se ponen manos a la obra. El bocadillo queda listo en tiempo récord y lo preparan en una bandeja que posee algo distinto: una intención cargada de cariño. La suben al piso con ilusión discreta. En el silencio que sigue, nadie dice gran cosa. No saben si el crío lo probará enseguida o si lo comerá más tarde. Sin embargo, no importa demasiado. Porque en esa merienda va algo más que alimento. Hay una promesa: la de cuidar incluso cuando nadie mira.

No portan estetoscopios, aunque también escuchan el latido del sufrimiento ajeno. Pasean por los pasillos envueltos en un invisible halo de ternura, y cada uno de sus pasos lleva consigo un delicado susurro de consuelo. Su presencia, discreta pero constante y reparadora, convierte la rutina en un acto de humanidad. Como guardianes silenciosos del bienestar, sostienen la fe de todo aquel que reposa en la cama. No preguntan por diagnósticos, pero saben leer en los ojos el cansancio, la esperanza y la gratitud. Con una sábana limpia, alisan el miedo. Y en cada pequeño gesto, tratan de atenuar la incertidumbre del paciente con la melosidad de su cuidado. Porque la vida, a veces, cabe en detalles sencillos. Como el abrazo de una presencia amable o el alivio callado de una habitación impoluta. Trabajan en limpieza, nutrición y ropa. Y su labor también cura.

“Aquí escuchamos a todos y tenemos en cuenta cualquier petición”, sostienen con firmeza Mamen Guitart e Isabel Redondo, responsables del Servicio de Hospitalidad, mientras recorren satisfechas las instalaciones. Aterrizan en la cocina y saludan con una sonrisa de oreja a oreja al personal, que se mueve de aquí a allá para preparar correctamente la cena. Hoy, al mando se encuentra Eugenia Patxot, que recuerda cuál es la verdadera misión del equipo: “No se trata solo de ofrecer un buen servicio. Queremos que cada persona se sienta como en casa, que note que detrás de todo esto hay profesionales que se preocupan de verdad”.

Servir con cariño

Nada de menús cerrados ni de comida monótona: aquí la alimentación forma parte del cuidado integral del paciente. Seis opciones para el primer plato, otras seis para el segundo y seis postres. El sistema es sencillo y eficaz: los datos de cada paciente se vuelcan en un programa informático que indica con exactitud las particularidades que debe tener la dieta de este. ¿Sin sal? ¿Sin gluten? ¿Sin azúcar? Todo queda debidamente señalizado para que el equipo trabaje con precisión milimétrica.

“Se pacta con las enfermeras a qué hora les gustaría tener lista la comida, y nos organizamos para que llegue a la habitación caliente. Todo es artesanal y hecho en el mismo día. En Pamplona, damos unas 200 comidas al día. En Madrid, 70”, relata Eugenia segundos antes de recalcar que, mientras otros hospitales utilizan bandejas térmicas, la Clínica se decanta por usar otro tipo de material, quizá más “acogedor”. ¿Por qué? Bueno, es cierto que una bandeja de madera no cura, pero acoge. Una servilleta de tela no baja la fiebre, pero recuerda al cuidado doméstico, a la ternura cotidiana, a la cocina de mamá. Comer en un lugar que te permite elegir, que respeta tus ritmos y tus límites, te hace sentir menos paciente y más persona. Y esa diferencia –la de sentirse visto, escuchado y considerado– es también una forma de sanar.

De pronto, se escucha un breve pitido. Son las 17:30 h, y en la habitación 313 desean un yogur desnatado. Atienden la petición con la naturalidad de quien entiende que cuidar también es responder a los pequeños antojos y, cuando preparan la bandeja, la colocan en el montaplatos y la envían a su destino. “Respondemos inmediatamente a cualquier petición porque tenemos un altísimo nivel de organización y comunicación”, sostienen Isabel y Mamen. Tanto es así que, cuando es el cumpleaños de un paciente, adornan su bandeja con un mantel bordado en dorado y una velita. 

Limpiar para cuidar

El 90 % del personal de la Clínica porta uniforme, lo que se traduce en el lavado de unos 2.300 atuendos al día en la sede de Pamplona, y 1.300 en Madrid. Por eso, unos metros más allá de la cocina, la zona de lavandería se extiende como un laberinto infinito. El personal contempla el lenguaje de los tejidos: reconoce la rigidez del apresto nuevo, el desgaste del algodón veterano, la fina nobleza del lino… Las lavadoras engullen con paciencia cada carga para, después, devolverla al mundo con una pulcritud exquisita. “Tenemos tres líneas de producción: la ropa plana, que se pasa por una calandra; la ropa uniformada; y las toallas, los albornoces o los cubrecolchones”, concreta Isabel tras subrayar que el primer paso siempre consiste en examinar las prendas y comprobar que no tengan ninguna mancha, rotura o imperfección.

La lavandería no descansa, porque la hospitalidad tampoco lo hace. Y mientras en la cocina se sirven platos, en este otro corazón del edificio se doblan mangas y esquinas con esmero. En Pamplona, son cuarenta los profesionales que conforman el equipo de lavandería; y en Madrid, treinta. La ropa sucia se desliza por un tobogán para aterrizar en una zona concreta, en la que varios empleados trabajan para separarla por colores y clasificarla en diferentes categorías. Una vez encasillada se pesa sobre básculas y, después, se carga en las lavadoras. 

Sostenibilidad textil

La Clínica Universidad de Navarra apuesta por la sostenibilidad. De hecho, mientras en otros centros sanitarios la ropa de quirófano es “de usar y tirar”, la Clínica opta por utilizar un tejido especial, elaborado con microfibra de poliéster. A este material se le incorpora un chip que determina cuántos lavados lleva cada prenda, de tal manera que, cuando esta cumple su vida útil, no se le vuelve a dar uso. “La ropa de quirófano tiene que ser muy segura. La enviamos a esterilización, donde pasa por unas mesas de luz para ver si tiene algún defecto y comprobar cuántos lavados lleva. Su vida útil ronda, más o menos, los ochenta lavados”, matiza Isabel.

Aquí todo se puede aprovechar. Tanto es así que, las sábanas que han sido lavadas demasiadas veces, se emplean para confeccionar bajeras de cuna para bebés. Incluso existen las llamadas “batas de los valientes”: “Atendemos a jugadores de Osasuna, y de vez en cuando nos regalan camisetas. Hacemos batas para niños de Oncología, que les hace mucha ilusión. Durante la pandemia hicimos mascarillas”.

La limpieza y desinfección de las instalaciones también es vital. Laboratorios, quirófanos, despachos, habitaciones… Los espacios son tantos y tan variados, que la plantilla recibe con regularidad distintas formaciones. “El personal encargado de la limpieza tiene mucha relación con Enfermería. La enfermera o las limpiadoras a veces pasan más tiempo con los pacientes que el propio médico, y al final se generan vínculos muy bonitos. Incluso se han hecho Trabajos de Fin de Grado sobre este tema. Lo cierto es que trabajamos en equipo para que la comunicación fluya y podamos atender cualquier necesidad, por mínima que parezca”, apunta Mamen.

Los 46.000 metros cuadrados de las instalaciones madrileñas y los 75.000 de las pamplonesas están cargados de “gracias” que flotan en el aire, se posan en las sábanas limpias, se cuelan entre los fogones y se esconden en los pliegues aún tibios de un uniforme recién planchado. En la cocina cuelga un dibujo de Mickey Mouse esbozado por un niño ingresado. En ocasiones, parece que los lápices de colores pueden expresar lo que las palabras no alcanzan. No es el único gesto de reconocimiento: al Servicio de Hospitalidad llegan cartas, notas y garabatos de todo tipo. Al finalizar el día, se guardan como tesoros. Aunque se trata de un trabajo sin focos, está repleto de aplausos. Los oficios que no hacen ruido también dejan el alma llena de luz, y la gratitud siempre encuentra un rincón donde quedarse a vivir.