Hospital humanizado

En Enfermería, cuidar también significa acompañar


Irene es estudiante de 4º curso del Grado de Enfermería en la Universidad de Navarra. Su experiencia como alumna de prácticas en la planta de Onco-Hematología de la Clínica ha inspirado este relato, en el que busca reflejar, desde una perspectiva personal y profesional, cómo viven las estudiantes de Enfermería sus primeras experiencias en contacto directo con los pacientes, los equipos sanitarios y la realidad de esta profesión dentro del hospital

Imagen de tres estudiantes de Enfermería mirando a un ordenador en un pasillo de planta de hospitalización de la Clínica Universidad de Navarra.
Varias estudiantes de Enfermería durante sus prácticas en una planta de hospitalización de la Clínica Universidad de Navarra.

Texto: Irene García García

Fotografía: Manuel Castells

4 de noviembre de 2025

Desde que comencé el grado de Enfermería en la Universidad de Navarra, siempre supe que algún día me iba a enfrentar a situaciones difíciles, pero nunca imaginé que me podría ocurrir durante mis prácticas en la Clínica. En el Área de Cáncer Hematológico encontré una experiencia muy reveladora para mi formación como enfermera.

Era mi primer rotatorio por una planta de hospitalización, y me había tocado justo en la especialidad que más se asocia con dolor, tristeza y muerte. La palabra "oncológico" me evocaba imágenes de pacientes frágiles, habitaciones en penumbra, tratamientos agresivos y, sobre todo, la sensación constante de que el tiempo se agota.

Yo no estaba preparada para eso… O, al menos, eso creía.

Llegué a la planta con el uniforme, la libreta de apuntes nueva y más nerviosa que nunca. Las enfermeras, muy agradables, se presentaron y me explicaron el funcionamiento, los tipos de pacientes y la dinámica general de esa planta. Todo era muy profesional. Pero el ambiente… Eso era lo que me desconcertaba. No era el espacio triste y gris que me había imaginado. Había risas, bromas entre profesionales y pacientes, gente saludando desde sus habitaciones como si fueran vecinos de toda la vida.

– Aquí las cosas no siempre son como parecen – me dijo una enfermera veterana, tras ver la sonrisa en mi cara – Verás que en esta planta también se vive.

Y cuánta razón tenía.

Durante las primeras semanas, comencé a conocer a los pacientes uno a uno. Había quienes estaban en tratamiento con quimioterapia, otros en fases de recuperación tras trasplantes de médula, algunos con leucemias y otros ya paliativos… Cada uno con su historia, su rostro, su forma de enfrentar la enfermedad.

Ahí, mi rol, como estudiante, era acompañar, observar y colaborar en las tareas que me asignaran bajo supervisión, con la ayuda siempre de mi enfermera de referencia. Al principio, me dediqué a tareas básicas como la toma de constantes vitales, realizar curas, administrar medicación oral o intravenosa. 

Fue al final de mi segunda semana cuando conocí a una mujer de unos 50 años diagnosticada con leucemia mieloide aguda. Su rostro era delgado, con piel pálida como la porcelana, y llevaba un pañuelo de colores cubriéndole la cabeza. La primera vez que entré en su habitación, estaba leyendo un libro. Al verme, levantó la vista, me sonrió levemente y se presentó. Yo le respondí con amabilidad diciéndole quién era.

En cada nueva visita me sorprendía que, a pesar de su cansancio y su malestar, ella me recibía siempre con una sonrisa y muchas ganas de hablar y contarme algo más de ella. Y era cierto que también pasaba momentos de tristeza y dolor, por supuesto. Pero tenía también mucha vida y buena energía que me atraía y logró que se me hiciera rutina el pasar a saludarla y estar un rato hablando de ella cada día. Porque, además, es ahí cuando sentía que ser enfermera no es solo estar al lado del paciente: es estar “para” él.

Los pacientes no se limitaban a sufrir en silencio. Algunas señoras tejían mantas, otros escribían y hacían pasatiempos, contaban chistes, escuchaban música. Y nosotras como enfermeras también realizábamos con ellos talleres de musicoterapia, pintura en acuarela, conciertos... Me sorprendió cómo en medio del dolor había espacio para la esperanza, la alegría y hasta el humor.

Fue entonces cuando empecé a entender lo que significaba “estar” con el paciente. Más allá de técnicas, procedimientos o tratamientos, lo que más valoraban ellos – y lo que más me llenaba a mí – era la presencia, el contacto, la mirada sincera.

También aprendí que el sufrimiento no se combate solo con medicina. Se aborda con cercanía, con palabras amables, con un “¿cómo estás hoy?” sincero, con un vaso de agua ofrecido sin prisas. Muchas veces, lo que más necesitaban no era una respuesta, sino compañía.

Terminé mi rotatorio y mi miedo inicial a la planta se transformó poco a poco en gratitud. Me sentía afortunada por haber pasado por esa área. Era un privilegio entrar a las habitaciones, compartir momentos tan íntimos con personas que se abrían, que te dejaban cuidarlas.

Hoy, cuando me preguntan qué cosas aprendí en esa planta durante mis prácticas, respondo sin dudar: aprendí el valor de una mirada, de una presencia, de un “estar siempre para el paciente”. Porque para lo que nosotras es un simple gesto, una pequeña sonrisa o una breve charla, para ellos es un momento de paz y desconexión.

Y ese, sin duda, es el verdadero arte de la Enfermería.