Opinión.CUN

Belleza con sentido


Imagen de la Dra. Cristina Aubá, especialista del Departamento de Cirugía Plástica, Estética y Reparadora de la Clínica Universidad de Navarra.

Dra. Cristina Aubá

Especialista en Cirugía Plástica, Estética y Reparadora de la Clínica Universidad de Navarra

2 de octubre de 2025

Cada día, al terminar la consulta, no dejo de pensar que la nuestra es una especialidad de contrastes. Tan pronto recibimos a un paciente con una lesión grave que requiere reparación (ya sea por un tumor, un accidente o una malformación congénita), como atendemos a otro que, estando sano, desea mejorar su aspecto físico por motivaciones muy variadas, muchas veces relacionadas con frenar los signos del paso del tiempo. Este verano cayó en mis manos El retrato de Dorian Gray (O. Wilde). El protagonista —Dorian— desea mantenerse joven para siempre. Su retrato envejece en su lugar, mientras él lleva una vida de placeres y corrupción. Con el tiempo, ese retrato acaba reflejando su alma deformada por sus actos, hasta que las consecuencias lo alcanzan trágicamente. En el fondo, es una llamada a tomar conciencia del potencial transformador de nuestras decisiones: nuestras acciones nos configuran. Pero yendo al tema que nos ocupa, Dorian encarna una obsesión desmedida por la apariencia física, hasta el punto de querer ser eternamente joven. Salvando las distancias, no deja de recordarnos a la situación actual: una creciente preocupación social por la imagen, que incluye una demanda cada vez mayor de cirugías estéticas. 
 

Resulta fácil entender el papel fundamental de la cirugía plástica, en su versión “reparadora”, en la mejora de la autoestima del paciente, al buscar restaurar —en lo posible— la forma original del cuerpo. Sin embargo, cuesta más reconocer ese valor en el ámbito de la cirugía puramente estética. No pretendo proponer una visión ingenua, está claro que en este terreno se cometen auténticas aberraciones. Pero creo que es un error caer en los extremos: ya sea en el “todo vale” o en el desprecio generalizado, tachando este campo de superficial o frívolo. Porque pienso que no es así en muchos casos. Es claro que en este terreno se cometen auténticas aberraciones. Por eso no pretendo proponer una visión ingenua. 
 

Los años de cercanía con los pacientes me han llevado a plantearme cuestiones de fondo: ¿qué les lleva a considerar una cirugía estética y por qué hay tanta demanda de estos procedimientos? ¿Qué visión del cuerpo y del ser humano hay detrás de esas decisiones? ¿Les acerca esto a una vida más plena? Podrían decirse muchas cosas, pero me gustaría destacar una: la aspiración a la belleza física nos habla de un anhelo profundo y legítimo del corazón humano. Dice mucho sobre la verdad de nuestro ser, y es acertado seguir ese anhelo. Pero es crucial saber hacia dónde lo dirigimos. Porque, si no lo enfocamos bien, ese deseo puede acabar llevándonos por caminos vacíos, en lugar de acercarnos a una vida con sentido. 
 

En esta línea, me parece especialmente valioso ayudar a cultivar la riqueza de la imperfección y de la fragilidad. Es fácil decirlo, pero difícil vivirlo. Y, sin embargo, estoy convencida de que esa aceptación —profunda, no resignada— es parte fundamental del camino hacia la felicidad. Nunca vamos a conseguir tenerlo todo bajo control, tampoco lo físico; podemos poner medios proporcionados para cuidar nuestro cuerpo, pero siempre habrá un límite. Porque no está en nuestras manos el elixir de la juventud. Lo que sí está en manos del cirujano es acompañar con humanidad, criterio y sensibilidad ese deseo de sentirse bien con uno mismo, procurando que el cuidado del cuerpo esté en sintonía con el respeto por la dignidad de la persona. Y en manos de todos queda la posibilidad de vivir reconciliados con la propia imagen y la propia historia, tratando de discernir qué belleza merece la pena perseguir a fondo, porque es la que colma de verdad.