Gracias por enseñarnos a cuidar

Dres. Carmen Garau y Ángel Henares
Residentes de Anestesiología y Reanimación, y Cirugía Plástica y Reparadora
15 de febrero de 2025
Queridos colegas, profesores, familiares y amigos:
Hoy no solo terminamos una etapa. Hoy nos despedimos de una manera de vivir la medicina: la del médico en formación. Y lo hacemos para asumir algo mucho más complejo: ejercerla con autonomía, con responsabilidad... Y con sentido.
El sistema MIR, lo sabemos bien, no es amable. Es uno de los más exigentes de Europa, y nos lo ha dejado claro desde el primer día. Nos ha enseñado a tomar decisiones sin garantías. A reaccionar rápido. A sostener la presión y el cansancio. Pero también —y esto es lo importante— nos ha obligado a mirar al paciente más allá del diagnóstico. William Osler, uno de los padres de la medicina moderna, decía: “Escucha a tu paciente. Te está diciendo el diagnóstico”. Y con el tiempo entendimos que no solo nos decía eso. Nos hablaba también de su miedo, de su esperanza, de su fragilidad. Y aprendimos a escuchar no solo con el fonendo… Sino con el alma.
Haber hecho esta residencia en la Clínica le da un valor especial a todo lo vivido. Aquí descubrimos que la excelencia técnica no está reñida con la humanidad. Que tratar bien no es suficiente si no se trata con respeto. Que cuidar no es un añadido, es parte del tratamiento. Y que la medicina bien entendida no se basa solo en lo que se hace, sino en cómo se hace.
Durante estos años hemos visto muchos tipos de médicos. Y también muchas formas de serlo. Hemos intentado aprender de los que actúan con serenidad. De los que saben estar presentes sin necesidad de alzar la voz. De los que hacen las cosas bien incluso cuando nadie los ve.
Y hoy, más que nunca, tenemos claro que el futuro nos va a poner a prueba. La Inteligencia Artificial ya está aquí. Y va a seguir transformando todo: la clínica, la investigación, el análisis de datos, la toma de decisiones. Como en toda revolución, la tecnología no reemplazará al médico… Pero sí reemplazará a los médicos que no sepan usarla. Y ese es un desafío real.
Ahora bien, por mucha Inteligencia Artificial que tengamos, ninguna máquina puede asumir la responsabilidad moral de una decisión clínica. Ningún algoritmo puede consolar. Ninguna base de datos puede sostener la mano de alguien que se está despidiendo. Por eso, Paul Kalanithi –neurocirujano y escritor— escribió algo que muchos de nosotros hemos sentido alguna vez: “La medicina es una ciencia de la incertidumbre… Y un arte de la probabilidad”. Y yo añadiría: y, por encima de todo, una vocación de servicio.
Ese es el núcleo de lo que nos llevamos hoy: no solo conocimientos, sino una forma de entender la medicina. Una forma de estar con el paciente. De mirar a los ojos. De ejercer con criterio… Pero también con compasión.
Parece mentira, pero han pasado cuatro años desde que empezamos esta historia. Unos empezaron su residencia de cinco años en plena pandemia, casi ocho meses después de examinarse y prácticamente sin poder juntarse. Otros, como nosotros, con un MIR más tardío de lo normal, comenzamos en julio —casualmente, una semana después de San Fermín, justo para no cubrir las guardias en un momento en el que, desgraciadamente, no hizo falta–.
Recuerdo ese primer día. No sabíamos nada. Absolutamente nada. Solo teníamos un busca en el bolsillo (o dos, en algunos casos), y muchas ganas. A partir de ahí, todo ha sido un camino de crecimiento. Aprendimos a la fuerza, pero también a base de compartir, de preguntar (en algunos casos con más miedo que vergüenza), de reírnos cuando todo salía mal y de apoyarnos cuando todo se hacía cuesta arriba. Porque lo importante no ha sido solo formarnos… Sino hacerlo juntos.
Después de hacer un repaso de todas vuestras especialidades para preparar estas líneas, me voy a tomar el privilegio —por una vez— de rememorar algunos de los momentos que hemos compartido. Porque al final, ser anestesista en esta casa significa haber tenido contacto con casi todos los servicios, y eso tiene muchas ventajas. Por eso me gustaría daros las gracias, por enseñarnos diferentes virtudes.
Por fomentar el deporte: gracias a los cardiólogos y a esas carreras por los pasillos cuando suena parada, aunque nos hayáis copiado el sonido del busca. También a los ginecólogos, por esos cien metros lisos en la segunda planta para bajar a cesárea emergente; o a sus vecinos, los pediatras, cuando nos llaman para echarles una mano en la UCI.
La paciencia, sin duda, nos la han enseñado los cirujanos plásticos, operando durante horas para que siempre quede perfecto; también los otorrinos, cada viernes, al ritmo de canciones infantiles.
Y los radiólogos, por hacerse de rogar y luego acabar viniendo (en serio, todo sería más fácil si dijerais que sí desde el principio).
A los oncólogos y hematólogos les debemos el optimismo, por ingresar pacientes tan deteriorados y, aun así, tener la esperanza de que van a poder seguir con sus innombrables tratamientos.
Por hacernos fuertes ante la falta de sueño, gracias a los cirujanos y a los trasplantes eternos a las mil de la mañana. O a los de ‘nefro’, por querer hacer controles a los pacientes dializados de madrugada porque, sí, a nosotros también nos llaman.
Finalmente, quería agradecer en especial a Medicina Interna, por hacer que sea más fácil ingresar a un paciente en UCI que en el AHE… Bueno, y también por ayudarnos con los antibióticos cuando se complican las cosas.
A todos los que no he mencionado, gracias también por vuestro trabajo. Sé muy bien que cuidar de manera silenciosa también es una forma muy importante, aunque menos agradecida, de cuidar.
Y, por supuesto, gracias a mis coRs… Lo siento por el resto, pero he tenido la mayor suerte del mundo. Porque, con vosotros, todo esto ha sido más fácil, más llevadero y, sin duda, más divertido.
A todos, gracias por compartir, de una forma u otra, todas estas experiencias. Las buenas y las malas. Las que nos hicieron reír, las que nos dejaron sin dormir y las que hicieron que saliéramos del hospital con alguna lagrimita.
Así que, compañeros: enhorabuena. Lo hemos conseguido. Ahora empieza una nueva etapa y, aunque cada uno tome su propio camino, sé que todo lo vivido aquí nos acompañará siempre. Que nunca se nos olvide por qué empezamos, ni quiénes fuimos mientras aprendíamos. Y que, pase lo que pase, sigamos ejerciendo esta profesión con pasión, con sentido y con humanidad.