Firma invitada residentes

Hospital, escuela de oficio y vida


Imagen de la Dra. Esperanza Lozano, directora de la sede de Madrid de la Clínica Universidad de Navarra entre 2017 y 2024

Dra. Esperanza Lozano

Directora de la sede de Madrid de la Clínica Universidad de Navarra (2017-2024)

15 de febrero de 2025

Queridos Residentes: 

Hoy no es un día cualquiera. Hoy cerráis una etapa. Hoy salís —como quien deja atrás un hogar de aprendizaje— del que ha sido vuestro espacio de formación, vuestro hospital, vuestra escuela de oficio y vida. Habéis llegado al final de la residencia. Han sido años intensos. Días largos. Guardias sin fin. A veces con fatiga, otras con entusiasmo. Siempre con esfuerzo. 

Pero más allá del calendario, lo que de verdad se cierra hoy es un proceso de transformación. Porque no se trata solo de haber pasado por un programa formativo. Se trata de lo que ese paso os ha hecho ser. 

Si uno observa desde cierta distancia la profesión, podría parecer que toda gira en torno al conocimiento, la destreza y la eficiencia. Pero los que estamos dentro sabemos que el ejercicio de la medicina, cuando se vive con plenitud, no se limita al saber hacer. Imprime carácter. Y ahí, en ese espacio íntimo donde confluyen la ciencia, la conciencia y la responsabilidad, esas fuerzas que nos conforman y nos hacen mejores. 

Por eso quiero dedicar este último encuentro a hablaros del carácter. De cinco ejes que, en mi experiencia, hacen que un profesional de la salud no solo sea competente, sino íntegro, digno y humano. 

RESPETO: LA RAÍZ DE TODA RELACIÓN CLÍNICA DIGNA 

El respeto, dice D. Gonzalo Herranz, es el punto de partida de toda medicina ética. No es cortesía. No es diplomacia. Respetar es reconocer que delante de nosotros no hay un órgano enfermo, ni un algoritmo clínico por aplicar, sino una vida entera que carga con una historia, unas dudas y unas decisiones propias. 

Y no es fácil. Porque el respeto se pone a prueba cuando el paciente no colabora, cuando no entiende, cuando se enfada, cuando nos confronta. También cuando nuestras propias certezas se tambalean. Pero es precisamente ahí donde el respeto se vuelve decisivo. Porque no se trata de hacer valer nuestra autoridad, sino de reconocer al otro y tratarlo con cuidado. 

Respetar, además, implica reconocer límites. El de nuestro saber, el de nuestras emociones, el del propio paciente y sus decisiones. Implica, a veces, saber callar. Otras, aceptar que no tenemos respuesta. Y muchas veces, admitir que no se puede todo. El respeto es, en el fondo, una forma de humildad. Una manera de estar sin invadir. De hacer sin imponer. 

COMPROMISO: FIDELIDAD AL OTRO EN SU MOMENTO MÁS VULNERABLE 

El compromiso auténtico no es una cláusula del contrato. Es una forma de lealtad. No hacia la institución, sino hacia la persona que, tumbada en una camilla o sentada frente a nosotros, nos confía su cuerpo, su miedo, su esperanza. 

Comprometerse, es decir, con la presencia y los hechos: “Estoy contigo. No te dejaré solo”. Y eso, en tiempos de prisa y de protocolos, es casi un acto de resistencia. Porque comprometerse implica detenerse cuando todo empuja a ir más rápido. Escuchar cuando ya se ha dicho todo. Mirar cuando no queda nada por hacer. 

El compromiso verdadero se pone a prueba en los días anodinos, en los casos que no brillan, en los pacientes que no agradecen. Es esa voz interna que nos recuerda por qué estamos aquí y para quién. 

COMPASIÓN: COMPRENDER SIN JUZGAR, ACOMPAÑAR SIN DOMINAR 

La compasión no tiene que ver con la emoción blanda, ni con la condescendencia. Tiene que ver con la decisión firme de no endurecerse. Porque hay un riesgo real de endurecerse en medicina. El dolor continuo, la rutina, los fracasos... pueden empujarnos al cinismo o a la indiferencia. 

Un médico compasivo no es el que más consuela, sino el que menos abandona. El que se atreve a mirar de frente lo que duele. El que no esquiva al paciente difícil. El que no trivializa el llanto, ni edulcora la muerte. Porque estar con otro en su quebranto es, probablemente, la forma más honesta de cuidar. 

CONFIANZA: CIMIENTO INVISIBLE DE TODA RELACIÓN TERAPÉUTICA 

Podemos dominar la técnica. Conocer cada guía clínica. Aplicar cada procedimiento con precisión. Pero si no generamos confianza, todo eso se vuelve frágil. 

La confianza no es un añadido: es el terreno sobre el que se construye todo lo demás. Es un vínculo tácito que se teje gesto a gesto, mirada a mirada. El paciente no la concede automáticamente. La prueba. La mide. La siente. Y, cuando la recibe, se entrega. 

Pero esa confianza se puede romper con una sola actitud: la impaciencia, la mentira piadosa, la arrogancia. Y reconstruirla es difícil. Exige coherencia. Porque no basta con ser amables un día: hay que ser íntegros todos los días. Solo así el otro percibe que, más allá de nuestras habilidades, hay una intención confiable. 

CORAJE Y RESPONSABILIDAD PERSONAL 

Coraje para ejercer la medicina con dignidad. No el coraje de los grandes gestos, sino el de las decisiones incómodas. El de los momentos en los que nadie más habla. 

Lo que marca la diferencia es cómo decidimos estar en cada encuentro con los pacientes o con los profesionales con los que trabajamos. 

Ser buen profesional, no es solo un oficio. Es una forma de vida. Una que exige revisarse constantemente, hacerse preguntas difíciles y no conformarse con lo suficiente. 

EPÍLOGO 

Hoy no se os entrega un diploma. Se os entrega una confianza. La de la sociedad, que os acoge como profesionales. La de vuestros pacientes, que os mirarán buscando alivio. La de vuestros colegas, la de vuestras familias, la de vuestro entorno, que espera que cuidéis, aunque nadie os mire.