Somatización: cuando el cuerpo habla
La somatización no es una invención ni una debilidad: es una forma de comunicación. Y cuando esa comunicación se comprende y se atiende con cuidado, también puede convertirse en el comienzo de una sanación más profunda

Texto: Marilén Echapare
2 de octubre de 2025
Cada mañana, Teresa se despierta con un fuerte dolor en el cuello y los hombros. Lleva más de un año conviviendo con esa molestia, como si cargara un peso invisible que ningún tratamiento consigue aliviar. Ha visitado especialistas, se ha sometido a pruebas y ha tomado medicamentos sin éxito. Los resultados siempre dicen lo mismo: nada. No existe ninguna lesión ni causa proporcional que justifique su situación.
Nada, excepto una vida entera marcada por la autoexigencia, el perfeccionismo y el silencio emocional. Teresa no suele quejarse, no llora en público, no expresa enfado. Pero su cuerpo sí lo hace. Y lo hace a su manera: a través del dolor. Lo que le ocurre tiene un nombre: somatización.
“La somatización es la expresión corporal —o somática— de una tensión psicológica. Es decir, cuando aparecen síntomas físicos, como dolores o molestias corporales, relacionados con la ansiedad, el estrés, un trauma o un conflicto emocional”, explica el Dr. Enrique Aubá, especialista del Departamento de Psiquiatría y Psicología Médica de la Clínica Universidad de Navarra.
Pero, ¿cómo ocurre esto? La somatización tiene una base fisiopatológica, es decir, responde a mecanismos biológicos concretos. No son los estresores en sí los que causan los síntomas, sino la manera en que el cuerpo reacciona para adaptarse. Esa reacción implica la activación de mecanismos como el sistema nervioso autónomo (encargado de funciones involuntarias como la respiración o el ritmo cardíaco), el sistema endocrino (que regula las hormonas) y el sistema inmunológico. La somatización implica una desregulación de estos sistemas, lo que da lugar a síntomas físicos reales. “Es importante recalcar que la somatización no es un síntoma imaginado. El dolor es real”, subraya el Dr. Aubá.

DR. ENRIQUE AUBÁ
Especialista del Departamento de Psiquiatría y Psicología Médica
Niveles de profundidad
La somatización puede manifestarse en distintos niveles de profundidad, dependiendo del grado de conciencia que la persona tenga sobre el vínculo entre su malestar físico y su estado emocional:
- Nivel superficial. La persona reconoce que su dolor o malestar corporal está relacionado con una situación de estrés, ansiedad o conflicto psicológico. Suelen coexistir síntomas de ansiedad o depresión —se trata de sentimientos vitales próximos a la corporalidad—, y el paciente es capaz de identificar que su cuerpo está reaccionando a una tensión interna.
- Nivel profundo. Aquí el nivel de introspección es menor. La persona experimenta síntomas físicos reales —como dolores persistentes o molestias—, y no los asocia fácilmente con causas emocionales. En estos casos, no suelen aparecer síntomas claros de ansiedad o depresión.
Este tipo de somatización es más común en personas con marcada alexitimia, un fenómeno caracterizado por la dificultad para identificar y expresar las propias emociones.
Factores que influyen en la somatización
En el caso de Teresa, el cuerpo comenzó a sanar cuando ella fue capaz de establecer un puente entre lo físico y lo emocional. El taichí, la respiración y el contacto con el agua no solo aliviaron el dolor: le ayudaron a mirar hacia dentro. En realidad, se trata de un fenómeno multifactorial, en el que influyen tanto las experiencias de vida como la personalidad y la biología de cada individuo. Existen tres grandes grupos de factores que contribuyen al desarrollo de la somatización:
- Estrés externo. Son los factores psicosociales que presionan desde fuera: problemas laborales, crisis familiares, separaciones, pérdidas, procesos como una oposición o incluso la convivencia con hijos adolescentes. Este tipo de estrés sostenido genera una sobrecarga emocional que, cuando no encuentra salida en palabras o conductas adaptativas, puede traducirse en síntomas físicos.
- Rasgos de personalidad y estrategias de afrontamiento. No todas las personas lidian con el estrés de la misma manera. La forma de ser —lo que en psicología se llama estructura de personalidad— influye directamente en cómo se procesa la tensión emocional. Rasgos como la rigidez, la impulsividad, la introversión o la baja capacidad de introspección pueden dificultar la gestión emocional, y, por tanto, favorecer la somatización.
- Vulnerabilidades biológicas. Cada cuerpo tiene sus puntos débiles. Algunas personas somatizan en el estómago, otras en la cabeza, otras en la piel o el corazón. Esta susceptibilidad puede deberse a antecedentes médicos o a factores culturales, pero también a una alteración en los sistemas de regulación del estrés, ya sea por causas genéticas o por experiencias tempranas adversas, como abusos, carencias afectivas o negligencia emocional. En otras palabras: el “dónde duele” no depende tanto del tipo de estrés, sino del lugar donde cada cuerpo es más frágil.
Cuál es el tratamiento para la somatización
El tratamiento de la somatización debe abordarse de forma integral, combinando el conocimiento del fenómeno con intervenciones tanto psicológicas como físicas y, en algunos casos, farmacológicas. Estos son los pilares principales:
- Educación sanitaria. El primer paso es comprender qué es la somatización. Saber que los síntomas físicos pueden tener una base emocional o estar relacionados con el estrés, y que no se trata de una invención ni de un engaño, ayuda a reducir el miedo y el estigma. Según indica el Dr. Aubá, “al entender en qué consiste la somatización, el paciente puede dejar de asustarse —porque es muy frecuente— y aceptarla. Si no se acepta y se vive con miedo, aumenta la tensión, no se expresa, y el malestar empeora”.
- Tratamientos corporales. Otro tipo de tratamiento es el trabajo corporal. “El cuerpo está quejándose” y las terapias corporales son esenciales. “Estas intervenciones ayudan a reducir la tensión corporal y a mejorar la relación con el propio cuerpo”, indica el Dr. Aubá. Algunas estrategias habituales incluyen:
- Ejercicio físico adaptado
- Relajación y técnicas de respiración
- Estiramientos y movilidad suave
- Terapias con agua
- Masajes y fisioterapia
- Terapia psicológica o psicoterapia. Se recomienda cuando influyen rasgos de personalidad o patrones de afrontamiento poco adaptativos, para manejar cogniciones y conductas de enfermedad, así como para abordar de manera más profunda –cuando corresponde– antecedentes de vivencias traumáticas. La intervención psicológica es clave ayudar a identificar y expresar emociones y modificar patrones que favorecen la somatización. El tipo de terapia se adapta a cada persona y situación clínica.
- Tratamiento farmacológico y dietas. En determinados casos seleccionados, y según el órgano afectado. Puede incluir:
- Medicación específica o sintomática (analgésicos, antieméticos, espasmolíticos y procinéticos, fármacos para la regulación vasomotora, etc.).
- Ajustes dietéticos. La dieta puede ser una parte fundamental del tratamiento, especialmente cuando los síntomas somáticos afectan al sistema digestivo.
- Con frecuencia pueden ser necesarios fármacos ansiolíticos de forma temporal o antidepresivos a dosis bajas a medio plazo, cuando hay ansiedad o depresión manifiestas, o para modulación de los sistemas de neurotransmisión.
La somatización no es una invención ni una debilidad: es una forma de comunicación. Y cuando esa comunicación se comprende y se atiende con cuidado, también puede convertirse en el comienzo de una sanación más profunda.
Un dolor real, una forma de comunicación
Durante años, la medicina ha intentado clasificar el fenómeno de la somatización dentro de los grandes manuales de diagnóstico en salud mental. Hasta hace poco, tanto la CIE (Clasificación Internacional de Enfermedades de la OMS) como el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, de la Asociación Americana de Psiquiatría) utilizaban el término “trastornos somatomorfos” para referirse a cuadros de síntomas físicos sin causa médica identificable, pero con una posible relación con el estrés o el malestar psicológico.
Sin embargo, esta categoría ha desaparecido en las versiones más recientes. “Se consideró una clasificación incompleta, ambigua y, sobre todo, estigmatizante”. Daba la impresión de que el paciente “se inventaba” el dolor, cuando en realidad los síntomas eran —y son— reales.
Hoy la somatización se entiende dentro de cuatro grandes grupos clínicos:
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Trastornos de ansiedad y depresión: los síntomas físicos (dolor, fatiga, malestar gastrointestinal, opresión torácica) acompañan a cuadros emocionales reconocibles.
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Trastornos somatomorfos (en desuso, pero aún usados clínicamente): síntomas físicos sin base orgánica clara, ni ansiedad o depresión evidentes; se vinculan a un estrés más profundo e inconsciente.
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Trastornos funcionales: enfermedades reales sin daño estructural, pero con alteraciones en el funcionamiento (ej. fibromialgia, síndrome de intestino irritable, fatiga crónica, dolor musculoesquelético, disfunciones temporomandibulares).
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Enfermedades psicosomáticas: patologías con mecanismos fisiológicos conocidos donde el estrés desencadena crisis (ej. psoriasis, asma, colitis ulcerosa, enfermedad de Crohn, úlcera gastroduodenal).
