Historias de la Clínica

Marko y Liu: de la guerra en Ucrania a la esperanza en la CUN


En el día a día de la Clínica Universidad de Navarra, el trabajo de cada profesional tiene un efecto esencial en la vida de los pacientes y sus familias. Más allá de los tratamientos y las terapias de vanguardia, en el hospital se tejen redes de apoyo emocional que trascienden todo eso

Imagen de una madre y su hijo, Lui y Marko, abrazados. Clínica Universidad de Navarra
Marko y su madre, Liu, en una de las salas de la Clínica en Madrid.

Texto: Ana Terreros

Fotografía: José Juan Rico

13 de febrero de 2025

La historia de Marko, un niño ucraniano de 8 años que llegó a la Clínica junto a su madre, Liu, para recibir tratamiento en la Unidad de Protonterapia, es un ejemplo de que cada gesto cuenta, y de que la empatía y el acompañamiento personal forman también parte del cuidado integral de los pacientes.

Beatriz Luquin, trabajadora social de la Clínica en Madrid, ha acompañado a Marko y Liu desde antes de llegar al hospital, con el trasfondo de un país de origen en guerra y la incertidumbre palpitante de un cáncer infantil. “Trabajar con familias como la de Liu y Marko es un privilegio muy grande y un recordatorio desgarrador de lo que significa la vulnerabilidad humana”, dice Bea. Para ella, su labor va mucho más allá de la coordinación de recursos o de la gestión logística. Su papel consiste en acompañar a las familias durante el tiempo que dure su tratamiento, brindándoles apoyo y velando por la dignidad y el respeto que merecen.

La familia de Marko proviene de Leópolis, una ciudad en la frontera con Polonia que ha sufrido los embates del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. A principios de 2022, el niño comenzó a sufrir intensos dolores de cabeza. “Inicialmente pensamos que podía ser estrés por todo lo que estábamos viviendo con la guerra”, recuerda Liu. 

El diagnóstico de Marko se produjo en medio de los bombardeos y las muertes vecinas, un escenario que dificultaba las visitas al hospital. “En diciembre de 2022 le diagnosticaron un macroadenoma hipofisario secretor de prolactina y GH en Kiev (Ucrania), pero los médicos no se atrevían a operarle”. 

Finalmente, gracias al apoyo de las redes sociales, contactaron con Sor Lucía Caram, una monja argentina residente en España y que, a través del trabajo humanitario que realiza desde la Fundación del Convento de Santa Clara, encontró asilo político para Marko y su madre en Barcelona. En julio de 2023, el pequeño comenzó su tratamiento en el Hospital Sant Joan de Déu.

Imagen de dos mujeres hablando y, en primer plano, un niño sentado a una mesa con juguetes y libros.

Liu, Marko y Beatriz Luquin han formado un equipo durante este tiempo en la Clínica. 

"Nos hemos sentido como si tuviéramos a nuestra familia cerca, aun teniendo a mi marido y a mi otro hijo a más de 3.000 kilómetros y en mitad de una guerra"

LIU
Madre de Marko

Meses más tarde, el acuerdo entre la Clínica y la sanidad pública catalana permitió que Marko pudiera venir a Madrid para recibir su tratamiento en la Unidad de Protonterapia del Cancer Center Clínica Universidad de Navarra. 

Ya ha tocado la campana de los valientes, sinónimo del fin de su periplo médico. Durante las seis semanas que él y su madre han pasado en la Clínica, su estancia ha sido una lección sobre lo que significa el cuidado integral. Liu: “Nos hemos sentido como si tuviéramos a nuestra familia cerca, aun teniendo a mi marido y a mi otro hijo a más de 3.000 kilómetros y en mitad de una guerra”.

Una ‘pequeña Ucrania’ en la Clínica

La atención y el cariño de todo el personal han sido clave en su proceso y reflejan un modelo de atención centrado en las personas. Un día, Marko perdió su burro de peluche, un juguete que le recuerda a su hermano Massimo, que sigue en Ucrania junto a su padre, y que abraza con fuerza cada vez que tiene que entrar al tratamiento. “Las enfermeras no pararon hasta encontrarlo y conseguir que estuviera tranquilo”, recuerda Liu emocionada. 

Bea no ha sido la única que ha acompañado a esta familia en su camino. La coordinación entre todo el equipo —médicos, enfermeras, auxiliares, profesionales del Área de Limpieza y Ropa, donde trabajan varias mujeres ucranianas—, ha sido fundamental para crear un entorno lo más acogedor posible. “Estas compañeras ucranianas nos han ayudado como traductoras, pero también han hecho que Liu y Marko se sintieran un poco más en casa, incluso en un escenario tan ajeno y complicado”, relata Bea.

“Con este tipo de historias, tremendamente reales, se hace patente que el trabajo en equipo es fundamental”, señala. Todos los que han estado en contacto con Marko y Liu han sabido poner su granito de arena para asegurar que su estancia en la Clínica haya sido lo más llevadera posible. 

“Es muy importante anticiparnos a las necesidades de los pacientes antes de que lleguen, tratando de comprender y abordar los desafíos a los que se enfrenta cada uno de ellos”, subraya la trabajadora social, enfatizando la coordinación diaria que implica acompañar a familias en situaciones tan complejas. “Cada profesional aporta algo único, y juntos logramos que nada quede desatendido”.

La historia de Marko nos recuerda que el trabajo de todas las personas que ejercen en un hospital no se limita a lo técnico. La empatía y el acompañamiento, especialmente en momentos tan críticos, pueden ser igual de importantes que el tratamiento en sí mismo. Todos los trabajadores son parte de un engranaje que busca no solo curar, sino también cuidar. “Animo a todos los profesionales de la Clínica a recordar el valor de la dimensión de su trabajo para la persona enferma. Ponerse en los zapatos del paciente y ver más allá de la enfermedad, comprendiendo su realidad, es fundamental para ofrecer un cuidado integral que abarque lo físico y lo emocional”, destaca Bea. 

Aunque el camino ha sido complicado, Liu ha encontrado fuerzas en quienes han estado a su lado. “Puede parecer difícil, pero nosotros hemos visto a Dios en todo este proceso, especialmente en las personas que nos ayudan, en cada médico, en cada enfermera o en cada persona que nos ha sonreído por los pasillos de este hospital”, expresa con gratitud.

Marko, con su burro de peluche bajo el brazo, aún no comprende del todo qué significa haber tocado la campana. Pero para su madre, ese sonido es un eco de esperanza. “En cada gesto, en cada sonrisa, y en cada acto de solidaridad, todos los que trabajamos en la Clínica somos parte de estas historias de valentía”. Ya están en casa mirando la vida con más esperanza.